viernes, 10 de febrero de 2017

¿NUESTRAS VERDADES ESTÁN VIVAS O MUERTAS?


¿Nuestras Verdades están Vivas o Muertas?




Hay una frase del gran filósofo español Miguel de Unamuno que me hizo razonar a martillazos: “buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad”. Y es que hay verdades vivas y verdades muertas. Por tanto, tendríamos la delicada tarea de cuidar que nuestras verdades estén siempre vivas y no muertas, y digo “nuestras verdades” porque pareciera que no existe “la verdad”, es decir, una única verdad universal para todos. Si nuestra verdad está muerta, significa que no se mueve, que no cambia, que no se conmueve, que no palpita. Una verdad viva late, se crispa, se contradice y está en desequilibrio constante. Dicho sea de paso, la única forma de estar en equilibrio –por lo menos emocionalmente- sería la muerte, porque estando vivos es inevitable el desequilibrio porque la interacción, el contacto permanente con el mundo externo, con otros seres humanos y con las vicisitudes de la vida, nos desequilibra siempre; por ende, nuestras verdades también pueden desequilibrarse. Todo esto lo escribió Unamuno en 1908 en su ensayo titulado Verdad y Vida.

Unamuno se declaró el enemigo de la muerte tanto en la verdad como en la vida. Decía el filósofo que no había cosa más trágica en la vida del ser humano que el tener que morir sin querer morir. Pero, volvamos al tema central de este artículo que es el de la vida y la muerte en la verdad y cómo es que podríamos  reflexionar en la finalidad de acercarnos a una vida espiritual y emocionalmente más inteligente, porque pareciera que la historia de la humanidad ha ido marchado en el camino de la lucha encarnizada entre “verdades muertas”. Los dogmas serían un ejemplo de verdades muertas. “Un dogma suele ser una cosa muerta” decía Unamuno. Dogmas tenemos de todos los gustos: dogmas religiosos, dogmas económicos, dogmas políticos, dogmas ideológicos, dogmas espirituales, dogmas filosóficos, dogmas científicos, dogmas intelectuales, dogmas estéticos, dogmas de raza, dogmas culturales, dogmas de género (machismo o feminismo), dogmas musicales, dogmas deportivos, dogmas futbolísticos y microdogmas (de la vida cotidiana). Según la Real Academia Española dogma significa “Proposición tenida por cierta y como principio innegable” o “conjunto de creencias de carácter indiscutible”. Entonces, el dogma como verdad indiscutible, inamovible, sería una de esas verdades muertas que tendría en su seno también el potencial para incubar y generar la muerte; la historia lo ha demostrado. Si revisamos atentamente la historia nos damos cuenta que en nombre del dogma se han generado las catástrofes humanas más indescriptibles de las que se pueda tener noción. Será por eso que el filósofo alemán Walter Benjamin llamaba a la historia el “Angelus Novus” o el “Ángel de la Historia”. Ángel que al fijar su mirada hacia atrás sólo ve en la historia un paisaje de ruinas. Se dice que en realidad la historia no es una acumulación de hechos sino una lucha intestina entre verdades, y que la verdad victoriosa es la que logra imponerse como “la verdad” absoluta e incuestionable. Entonces, un dogma que ha ganado la batalla para imponerse como “la verdad”, podría representar el mundo de las sombras.

Platón fue quien quizás explicó mejor el mundo de las sombras y de como los seres humanos podríamos vivir bajo las sombras y cegarnos ante los colores y los matices de la realidad. El filósofo escribió la Alegoría de la Caverna en su libro La República (séptimo libro). Cuenta que en una caverna vivían unos hombres prisioneros, sujetados en sus piernas y cuellos por cadenas, por lo que no podían mirar hacia atrás, sólo podían mirar lo que tenían al frente que era la pared del fondo de la caverna. Había una hoguera, un fuego ardiendo en la entrada de la caverna, el cual proyectaba en la pared del fondo todos los objetos, animales y personas que pasaban en el exterior. Como los prisioneros no conocían la realidad exterior y sólo veían en la pared las sombras a través del reflejo del fuego, creían que las sombras eran la realidad. Pensaban que la gente y todo lo que estaba afuera era unidimensional y bidimensional, es decir, que todo era sombra. Pero, qué hubiese pasado si alguno de estos prisioneros lo liberaban y lo llevaban a la salida de la caverna para que aprecie la realidad externa a la caverna y empiece a ver el mundo tridimensional, con variedad de colores,  formas y texturas, con animales, ríos, manantiales, árboles, plantas y seres humanos de carne y hueso. Cuando regrese a la caverna para liberar y contar lo que vio a sus compañeros, éstos lo creerían loco, se burlarían de él y con toda seguridad lo matarían por andar diciendo tonterías, ya que la única verdad que existe en la caverna es la de las sombras.

Una verdad muerta, un dogma, sería como esas sombras en las cavernas. Un dogma podría tener entre sus defensores a los más implacables fanáticos. Fanático proviene del latin Fanum, que significa templo, fanático sería entonces el defensor de algún “templo”.
Una de las consecuencias a nivel mental del dogma es que quizás nos obligue a pensar con la lógica del “todo o nada”, “blanco o negro”, “amigo o enemigo” “si piensas como yo eres mi amigo y si no eres mi enemigo”, es decir, razonar dicotómicamente. Sabemos que quien inventó la lógica fue Aristóteles y tradicionalmente la lógica ha sido una parte de la filosofía. La lógica de Aristóteles representa la lógica clásica y es con la que hemos aprendido a razonar. Debe señalarse que uno de los principios de la lógica aristotélica es el Principio del Tercer Excluido y que implica: A es verdadero o es falso, no puede haber una tercera posibilidad. Esto afecta inclusive a nuestro lenguaje porque nos lleva a utilizar un lenguaje duro e imperativo como “todos” “nada” “ningún” “siempre”; frases que denotan absolutos.  Este principio configura una lógica bivariada, es decir, o es verdadero o es falso. Mi creencia, mi dogma es verdadero el tuyo es falso y el otro dirá lo mismo y así sucesivamente en un círculo vicioso interminable. Esta es la lógica que llevó a Hitler a cometer los horrores del holocausto Nazi, “nosotros somos la raza superior, ustedes la inferior”. El principio del tercer excluido nos dice que no puede haber una tercera opción, o estás conmigo o estás en contra de mí, así de sencillo. Pero, si para razonar utilizaramos una lógica no clásica veríamos los matices que existen en mundo de las ideas y podríamos razonar de manera plurivalente, es decir, con mayor amplitud y flexibilidad. En este caso utilizaríamos palabras como “no siempre” “algunas veces” “es probable” “existe la posibilidad”. Utilizar la lógica clásica para razonar nos puede precipitar al dogma y el dogma a su vez a pensar de manera dicotómica (todo o nada) y el todo o nada nos podría tornar intolerantes y la intolerancia probablemente conlleve a la violencia abierta, física o psicológica.

Convendría pasar entonces del pensamiento dogmático  o dicotómico al pensamiento crítico. Este último implica el aceptar que existe la incertidumbre y que las ideas y opiniones son siempre incompletas y parciales. El pensamiento crítico significa educarse en la curiosidad intelectual, el análisis, el cuestionamiento de las “verdades dadas”, en la búsqueda de información y el evitar la “pereza intelectual”. El pensador crítico tampoco significa dar la contraria a todo o hipercriticar a todo y a todos. El pensamiento crítico implica humildad, porque como dijera Manuel Gonzáles Prada, un erudito “sabe lo todo” puede tener el conocimiento de Aristóteles pero el corazón de un cerdo. Implica el evitar los prejuicios, las generalizaciones, las ligerezas de opinión sin fundamentación y sin evidencias y no creer simplemente porque así me lo enseñaron. Es “desequilibrarse” en el cuestionamiento constante de nuestras ideas, creencias y verdades. “Es mejor contradecirse que petrificarse” dijo alguna vez el mexicano Miguel Angel Cornejo.

El ser humano por naturaleza es incompleto y todo lo que haga será siempre incompleto, no podrían por tanto existir ideas u opiniones completas, sería necio  o estulto pensar que lo que opino es completo. Kurt Gödel, reconocido como uno de los más importantes lógicos de todos los tiempos (fue un filósofo lógico-matemático austriaco-estadounidense) y con quien Einstein le encantaba compartir su tiempo por la profunda amistad y admiración mutua que sintieron, presentó en 1929 su famoso Teorema de Incompletitud, que demostraba que todo sistema matemático formal es incompleto e inconsistente. Esto removió brutalmente la creencia de que las matemáticas eran siempre “exactas”.  Entonces, si esto vale para lo que es más exacto en el pensamiento humano que son las matemáticas, mucho más lo será para el mundo en general de las ideas. Demostró Gödel que la verdad de un sistema (sistema de ideas, sistema teóricos, sistema de creencias) no se definen por sí mismos y que los sistemas son intrínsecamente incompletos; por tanto, si un sistema quiere ser coherente tiene que ser por tanto incompleto. Pretender que un sistema sea completo es inconsistente e irreal.

Cabe preguntar al lector entonces: ¿Sus verdades están vivas o muertas? o ¿a veces vivas o a veces muertas?











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